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Cementerio de Colón

Tres célebres cubanos que tuvieron un final absurdo

Normalmente se espera que una persona célebre cuya vida ha estado coronada por la gloria debido a sus virtudes y obra, tenga una muerte que esté a la altura de su grandiosa existencia.

Pero si el destino le depara un final absurdo, no solo te resistirás a creerlo y te parecerá injusta esta muerte cada vez que la recuerdes; si eres cubano, en buen cubano dirás también “¡eso no se vale!” (no debió ser así).

Pues precisamente aquí te presentamos a tres cubanos famosos por su virtuosismo en la música, uno y en las letras, los otros dos, cuyas muertes parecen bromas macabras del destino.

¿El primero? Julián del Casal, el reconocido poeta cubano, quien además de sus varios pseudónimos (El Conde de Camors, Alceste y Hernani), es recordado como “el poeta triste que murió de risa”.

 

Julián Del Casal

 

Fue el precursor en la literatura cubana del movimiento Modernista, tradujo poemas en prosa de Charles Baudelaire: el famoso escritor francés del siglo XIX incluido entre los poetas malditos por su vida de excesos y bohemia y por la visión del mal presente en su obra. Conoció personalmente a Ruben Darío y estrechó su mano. Ya se habían comunicado por cartas.

Se dice que a causa de la muerte de sus padres y un infeliz amor a una mujer desconocida, se convirtió en un hombre sentimental, taciturno y melancólico al que rarísimas veces se le vio reír.

Un día, 21 de octubre de 1893, fue invitado por sus amigos a una cena. Cuando esta terminó, alguien hizo un chiste, Julián estalló en una sonora e inusual carcajada y murió allí en medio de horribles e indetenibles accesos de tos. Estaba tísico, el exceso de risa provocó el ataque que acabó con su vida cuando apenas tenía 29 años.

En la cripta donde fue enterrado, ubicada en el cuartel númeroo 5, Zona de Monumentos de Primera del Cementerio de Colón, en La Habana, Capital de Cuba yace el poeta melancólico que murió de risa.

Otro caso peculiar fue el de Claudio José Domingo Brindis de Salas y Garrido, conocido en el mundo cultural de su época como el “Paganini negro” y catalogado como el mejor violinista de su tiempo.

Comenzó muy pequeño el estudio del violín con su padre como maestro. A los once años dio su primer concierto, al cual asistió el destacado músico cubano Ignacio Cervantes. Estudió en el conservatorio de París, el centro de mayor reputación internacional en la época que formó a los músicos más virtuosos.

 

Claudio José Domingo Brindis de Salas

 

Melancolía y enfermedad

La crítica elogió su extraordinario dominio del violín, su buen gusto, interpretación y pureza de virtuosismo. Fue condecorado por varios reyes europeos: con la Orden del Cristo del Rey de Portugal; la Cruz de Carlos III del Rey de España y la Cruz del Águila Negra del Emperador de Alemania.

Pero esto no fue todo. El emperador teutón también lo honró con un título barón. Pero la personalidad incontrolable del excepcional violinista le acarreó consecuencias fatales a su vida y su genio artístico empezó a declinar hasta terminar siendo presa de la tuberculosis y la miseria.

Murió en Buenos Aires, en la Asistencia Pública, el 2 de junio de 1911, mugriento y harapiento. Fue encontrado en sus bolsillos un pasaporte alemán donde se leía que era el “Caballero de Brindis, Barón de Salas”. Lo sepultaron en una fosa de menesterosos en el Cementerio del Oeste.

Y por último, el igualmente lamentable caso de José Jacinto Milanés, otro gran poeta cubano, ovacionado por su obra El Conde de Alarcos entre muchas otras, quien llegó a ser comparado con otro grande de la poesía cubana: José María Heredia, el cantor del Niágara.

 

José Jacinto Milanés

 

José Jacinto se enamoró perdidamente de su prima Isbel y volcó su amor en un diario íntimo, hasta que no pudo contenerse más y se le declaró. Los padres de Isa– todavía una niña, que además se asustó con la confesión de su primo–, le manifestaron su oposición de forma cortés, pero el poeta no pudo soportarlo y se descompensó definitivamente.

En vano sus amigos le prepararon un viaje de recreo. Al regreso tuvo crisis terribles, y hubo de ser aislado con guardianes. Ni una cuchara o tenedor podían dejarse a su alcance.

Isa, por su parte se casó con el hijo de un Capitán General (gobernador) de Cuba y se fue con su esposo a España. El 4 de noviembre de 1863 regresó y coincidieron, casualmente, su retorno a la la Mayor de las Antillas y la muerte de José Jacinto Milanés, tal como si el poeta hubiese estado esperándola para abandonar este mundo.