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El gran Benny Moré, el músico cubano que más ha trascendido en el tiempo

En el prado de la ciudad de Cienfuegos, a unos 240 kilómetros de la capital cubana, se encuentra emplazada una de las esculturas más amadas y veneradas por el pueblo cubano, aquella que inmortaliza en bronce al más grande de todos sus músicos: Benny Moré.

Benny Estatua Cienfuegos

Si bien Cuba es una isla de inigualables valores en el ámbito musical, la inmensa mayoría de los cubanos reconoce como el más grande exponente a Benny Moré, el showman que con su prodigiosa voz y su increíble desenvolvimiento sobre el escenario se ganó el apelativo de El bárbaro del ritmo.

Su don era tan grande que destellaba más allá del canto, sobresaliendo como compositor y arreglista. A su genio creativo el cancionero cubano le debe títulos imprescindibles como Amor fugaz, Santa Isabel de las Lajas o Bonito y sabroso.

El Benny, como orgullosamente le llamamos, es el músico cubano que más ha trascendido en el tiempo, y tanto así que a más de medio siglo de su muerte todavía deviene inspiración para cantantes, compositores y melómanos de todo el mundo.

Ello en buena medida se debe al hecho de que más que un gran artista se convirtió en un mito sobre las tablas y frente al micrófono, donde, con sus inseparables sombrero y bastón, se hizo un ídolo de las masas y referente para todos los soneros que le han sucedido hasta hoy.

El más grande de los hijos de Santa Isabel de las Lajas, ciudad de la provincia de Cienfuegos, jamás estudió en una academia, de modo que su talento era totalmente innato. Aprendió a tocar la guitarra de manera autónoma, viendo a otros artistas populares, y si bien su primera composición, Desdichado, data de la adolescencia, nadie nunca le enseño cómo hacerlo.

Y sí que era desdichado El Beny, pues por su humilde origen campesino y el hecho de ser negro, debió sortear innumerables obstáculos para sobrevivir primero y alcanzar el estrellato después. El hambre y la miseria no le fueron ajenas y debió hacer de todo para subsistir durante su niñez y temprana juventud, desde sembrar y cortar caña hasta vender frutas y viandas.

Según cuentan algunos, su pasión por la música lo hizo probar suerte y una mañana se subió a una carreta con coles y otras verduras que iba camino a la capital. Ya en La Habana, y sin un centavo en el bolsillo, el joven Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, tocó a la puerta de la Radio CMQ para medirse frente a otros artistas en La Corte Suprema del Arte, donde electrizó al jurado con su potente voz y alcanzó el gran premio.

Enseguida y de manera sucesiva fue contratado por varias agrupaciones hasta llegar al popular Conjunto Matamoros, en lo que sería el comienzo de una ascendente carrera profesional siempre caracterizada por la devoción de su público y la entrega sin límites por parte de él.

Sin embargo, la cima del éxito le llegó después con su Banda Gigante que le ganaría vítores y aplausos en escenarios de Estados Unidos, México, Brasil, Puerto Rico, Panamá, Colombia y Venezuela. Dicha orquesta integrada por más de 40 músicos consiguió un inigualable y contagioso sello que revolucionó la música cubana y también la proyección escénica de las agrupaciones populares del momento, pues todos se vieron obligados a imitarle o seguirle ya que les era imposible superar aquel fenómeno.

Las evidencias documentales de que disponemos hoy demuestran que los conciertos de Moré con su Banda Gigante constituían verdaderos espectáculos, en los que además de la excelencia musical, tenían un protagonismo principal las coreografías de los instrumentistas de acuerdo a la improvisación del Benny, quien no solo cantaba y bailaba, sino que además dirigía a sus músicos de una manera admirable.

Igualmente, Benny tuvo la oportunidad de grabar con grandes de la música latina como Dámaso Pérez Prado y la gran orquesta del maestro Rafael De Paz en México, con quién interpretó los temas más populares de su carrera musical, entre 1949 y 1952.

Pero el genio musical cubano llevaba una vida desordenada y ligada al alcohol, y fueron precisamente esos excesos los que terminaron con su existencia prematuramente a los 43 años de edad, en 1963.

Dicen que nunca este pueblo lloró tanto a un artista. Durante el trayecto desde La Habana hasta su natal Santa Isabel de las Lajas donde decidió ser sepultado, los pobladores paralizaban masivamente sus actividades para darle el último adiós al bárbaro del Ritmo, a su majestad Beny Moré.