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El Malecón de La Habana, la más admirable de las postales cubanas

Nadie que visite La Habana puede decir que la ha conocido si no ha paseado por El Malecón. Este largo muro que protege a la capital cubana de las embestidas del mar, se ha convertido en la postal más icónica de la ciudad y su gente.

Su muro, con más de un siglo de existencia, ha sido testigo de transcendentales acontecimientos en la historia de Cuba, y es quizás el sitio más inclusivo del país, preferido por quienes buscan evadir el calor que caracteriza a las noches estivales de la Perla del Caribe.

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Se trata de una de las avenidas más auténticas de la urbe y el punto de encuentro de miles de cubanos, que se juntan para conversar, enamorarse, o sencillamente contemplar esa franja costera que acaricia la bahía.

Este paseo que se extiende paralelo al litoral, es el espacio de distracción más frecuentado por los habitantes de la isla, y también por los miles de turistas extranjeros que buscan respirar la brisa marina, mirar la vieja ciudad en toda su extensión o sencillamente trotar a lo largo de sus 9 kilómetros de extensión.

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Entre los mágicos momentos que se pueden disfrutar aquí están los amaneceres o las puestas de sol. Desde diferentes puntos del paseo es realmente hermoso ver como el cielo cambia sus colores cundo el astro se baña en las aguas de la bahía.

La Habana se viste vintage cuando ese tono ocre se escurre por las viejas y roídas fachadas del litoral. Como si hasta sus ruinas se colmaran de oro, cada espacio resplandece en su contraste con el azul verdemar.

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Es al atardecer precisamente cuando el Malecón estalla de vida. Desde el Vedado hasta La Habana Vieja, su muro reúne a enamorados, trovadores, pescadores, religiosos, artistas, universitarios y bohemios.

No hay otro sitio que como este permita tomarle el pulso a la ciudad. A él concurren los habaneros lo mismo cuando los agobia una pena que cuando existen motivos para celebrar.

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El singular paseo se extiende desde el este, en la boca de la bahía, con su porfiado diseño, irregular como la línea costera que lo baña con sus cálidas aguas. Además de su belleza, abonada por una historia centenaria, el Malecón habanero es un protagonista clave dentro del trazado vial de la ciudad, pues con sus tres vías en cada dirección permite descongestionar la circulación de la urbe.

No es casual que su peculiar diseño sirviera para acoger los más diversos acontecimientos citadinos, incluyendo carreras de autos, rodaje de escenas fílmicas, desfiles, conciertos y carnavales.

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Precisamente, durante la temporada del Carnaval de La Habana, se desborda el Malecón con una verdadera marea de pueblo que contagia con su alegría y jovialidad. Quizás sea el momento del año en que más se anima, y acoge carrozas, disfraces y comparsas de los diferentes barrios de la capital.

Los amantes de la fotografía lograrán instantáneas únicas a lo largo de su trayecto, donde se aprecian edificaciones y monumentos emblemáticos de la isla, como son el Faro del Morro con su distante presencia, los hoteles Riviera y Cohíba, o el monumental Hotel Nacional, el más famoso de Cuba.

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Igualmente, tropieza el visitante con imponentes esculturas, como la dedicada a las víctimas de la voladura del acorazado Maine, o el obelisco dedicado a José Martí, en la Tribuna Antiimperialista. Desde sus pedestales nos miran Francisco Mirada, Máximo Gómez o Calixto García, pero ninguna imagen es tan admirable como la efigie en bronce de Antonio Maceo, localizada en un extenso parque desde donde reta las inclementes olas que azotan en la temporada invernal.

El Malecón se adorna también con la Glorieta de La Punta o el Hotel Miramar. Retoza nuestra mirada en el parque José de la Luz o en el Anfiteatro habanero, mientras el muro se extiende hasta el el Túnel de La Bahía, acogiendo edificios multifamiliares y comerciales, restaurantes, o centros de recreación de indudable belleza.

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La grandeza de La Habana se nos antoja continental, hasta que llegamos a este muro aclamado por cantantes, poetas y pintores, y de fama universal. El solo hecho de contemplar el azul de las aguas o los cuantiosos barcos que cruzan el puerto capitalino, ya es el mayor de los premios que podamos imaginar.

Sin embargo, cuando las luces de las farolas comienzan a despuntar entre los claroscuros de La Habana que reposa, el Malecón nos guarda la mejor de las noches, y acaso la promesa del próximo amor.