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Carlos Enríquez, el más carnal y rebelde de los pintores cubanos

Cuba no es solamente un paraíso de idílicas playas, rones, cuna de la rumba, estrepitosas mulatas y suculentos habanos. La mayor de las Antillas se distingue igualmente por el inmenso caudal artístico de sus grandes genios, donde sin lugar a dudas la pintura ocupa un puesto cimero.

Y si de plástica hablamos, un artista villaclareño se reserva la osadía de ser el más carnal, rebelde y fiel de los pintores cubanos. Hablamos de Carlos Enríquez (1900-1957), de cuyo ingenio sin límites surgirían tan altas creaciones como el universalmente conocido cuadro El Rapto de las Mulatas.

Considerado entre los 5 grandes maestros de la plástica cubana, se hizo célebre por su rebeldía contra el marcado academicismo que había caracterizado hasta entonces la creación en la isla. En 1925 formaría, junto a otros jóvenes virtuosos e iconoclastas una vanguardia dentro del movimiento artístico cubano.

Los caballos, el calor, los vientos y las luces que caracterizan los campos cubanos, el erotismo del cuerpo femenino, la transparencia y las sinuosidades de lo natural, fueron un motivo perenne en sus creaciones más genuinas.

Si bien, estudió negocios y trabajó como contador en la Lonja del Comercio en La Habana, solo un curso de dibujo en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania en el verano de 1924, le bastó para consagrarse entre los genios de la plástica latinoamericana.

Ya en 1930 desató polémicas entre los más pacatos, con una exposición tan controvertida como escandalosa para la época. Depositario de un realismo exagerado para muchos críticos de entonces, Carlos Enríquez penetraba los más duros dilemas del tema político nacional y a la vez despojaba de todo prejuicio el desnudo femenino, con poses casi eróticas.

el rapto de las mulatas

Muy pronto partiría a Francia, y posteriormente le seguirían Italia, España e Inglaterra, una gira necesaria para confrontar su joven estilo con las tendencias vanguardistas o los valores del Surrealismo.

Un encuentro que terminaría por moldear su propio estilo artístico, bien alejado de cualquier precedente o código nacional. Se corresponde esta etapa con algunas de sus mejores creaciones, entre las que podemos citar Primavera bacteriológica o Virgen del Cobre donde patentiza el sincretismo religioso de las expresiones católicas con aquellas manifestaciones de origen afrocubano.

En 1935, a su regreso, Carlos Enríquez ganaría el Primer Salón Nacional de Pintura y Escultura de La Habana con su óleo Manuel García que es el más digno exponente de su etapa reconocida como “El Romancero guajiro” por su identificación con los temas del campo, los ambientes y tradiciones bucólicas.

Sería en 1938 cuando concibió su obra más conocida, y con la cual ganaría El Segundo Salón Nacional de Pintura y Escultora. El rapto de las mulatas, obra inspirado en El rapto de las sabinas de por sí sola lo ubicaría a la vanguardia del modernismo en Cuba.

Se trata de un lienzo donde el movimiento resulta el protagonista principal de la obra. Sobre un cielo tormentoso, de colores duros, resalta la intensidad de la metamorfosis sexual de hombre-mujer-caballo bajo los dominios del carmesí. ¿Dos mujeres haciendo resistencia o dejándose depredar con gusto ante la pujanza viril? En esa incógnita se esconde uno de los valores más cautivantes del cuadro.

A pesar de su temprana muerte a los 56 años, con su ingenioso pincel revolucionó el arte cubano, y entabló un pacto con lo autóctono para darle protagonismo a emblemas nacionales como la palma, el mestizaje y la luminosidad del trópico.

Muchas de sus obras el visitante las puede encontrar en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, o en el Hurón Azul, su sugerente casa taller ubicada en las afueras de la capital.