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Peleas de gallos en Cuba ¿práctica ilícita o tradición clandestina?

Una de esas estampas que caracterizan a nuestro pueblo es la del campesino vestido de guayabera y sombrero de yarey, disfrutando de un habano y con su gallo fino en la mano, una imagen que representa por si sola buena parte de esos atributos que nos distinguen como cubanos.

A diferencia de las plazas de toros, los hipódromos o los cafés, las peleas de gallos constituyeron muy tempranamente el espacio de socialización más genuino y esencial del pueblo cubano, teniendo una inigualable capacidad niveladora pues se erigieron como un evento capaz de eliminar las desigualdades sociales.

Subordinados al azar, se veían juntos en un mismo espacio, los más acaudalados y los más pobres, el negro y el blanco, el académico y el guajiro. Esa práctica se llego a hacer tan popular y común durante la época colonial, que en todos los pueblos o comunidades rurales se construyeron “vallas” que es como se le llaman en Cuba los cercos creados para esa actividad.

De esa manera las peleas de gallos se convirtieron en una pieza inevitable en la configuración de las tradiciones isleñas de nuestra nación, de su identidad y de la construcción de un modo de vida cercano a valores genuinos.

A tal punto es así, que algunos aseguran que la primera guerra de independencia comenzó a ganar fuerza desde el momento mismo en que se escuchó el grito de un criollo en una valla cuando dijo: “Basta de que peleen los gallos, carajo, es hora de que peleen los hombres, vamos todos a respaldar a Céspedes”.

Y quizás esa fue la razón para que se le viera mal por las autoridades españolas y hasta fueran prohibidas en su momento, ya que se consideraban las vallas sitios de conspiración contra España, donde además la adrenalina enardecía a los criollos incitándolos a la lucha.

Cada pelea de gallos inicia de manera similar, con rituales y pasos que responden a un código de honor. Los animales contendientes son agarrados por sus dueños y mostrados uno al otro a una distancia de 50 centímetros, para luego ser puestos en la arena de la gallera y dar inicio a una pelea sin rounds.

Son solamente 10 minutos en los que el gallo más fuerte derrota al adversario que bien termina corriendo o moribundo, a no ser que el dueño lance la toalla para salvar la vida del animal, y perder abiertamente la porfía.

El evento transcurre entre aguardiente, gritos, y muchas veces bajo los acordes de una ranchera mexicana, Es usual ver a los apostadores pasándose fajos de billetes entre los gritos eufóricos de los exaltados.

Este es el elemento más controversial de la práctica gallera, pues si bien esa tradición estuvo legalizada en Cuba y otros países iberoamericanos como Colombia, Venezuela o Panamá, en el caso de nuestra isla desde el año 1959 fue prohibida, como cualquier tipo de apuesta o juego de azar.

Sin embargo esa prohibicoión en muchos casos es solo enunciada pero no llevada a la práctica, y es común encontrar a policías en las propias vallas para asegurar el orden y la disciplina en el espectáculo, pues la verdad es que no se ha logrado extirpar esta tradición de nuestro pueblo.

Las peleas de gallos corren por las venas de la idiosincrasia cubana, se trata de uno de los deportes nacionales, y una de las actividades de mayor convocatoria, sobre todo en las zonas rurales.

Ser gallero es un oficio. Aunque parezca simple para llegar a la valla se necesita mucha preparación. El gallero trabaja a tiempo completo y junto con él hay otras personas que se encargan de la crianza del gallo y de su entrenamiento. Se trata de una tarea que les lleva mucho tiempo, dedicación y dinero.

Si bien el costo para entrar a una vaya está entre los 2 y los 8 dólares, en algunos lugares donde es usual que asistan los turistas, un asiento en primera fila puede costar ¡hasta 50 dólares!

De Cuba también se exportan gallos, y los criadores explican que los animales con coraje probado podrían venderse hasta en mil dólares, pero en los campos un buen gallo puede llegar costar cien dólares, y los mejores tienen precios de hasta 600 ó 700, de ahí se comprende el esmero también de quienes se dedican a esta actividad.

Si para muchos se trata de un triste espectáculo, para otros son una expresión cultural que ni las prohibiciones o el descontento popular podrán barrer tan fácilmente.