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Diamante Capitolio

¿Dónde está el diamante del Capitolio?

Muchos comenzaron a llamarle un día “el diamante maldito” a aquel brillante de 25 quilates que marca el kilómetro cero de la carretera central de Cuba, desde el salón de los pasos perdidos en el Capitolio Nacional. Según dicen lejos de irradiar buena suerte, el diamante del Capitolio generaba desgracias e infortunios a todo el que lo tocaba alguna vez.

Se trata de una gema que había pertenecido a la Reina María Antonieta de Francia, la misma que fue decapitada junto a su esposo, el monarca Luis XVI. De allí fue a parar a la corona del último zar de Rusia, Nicolás II o el Grande, de la dinastía de los Romanov, que fue masacrado por los bolcheviques junto a toda su familia durante la Revolución de Octubre.

Luego, se desconoce exactamente por qué raros caminos la prenda llegó a Francia, a manos de una duquesa, hasta que el joyero turco Isaac Stéfano, radicado en La Habana, logró despertar el interés de la primera dama María Jaén de Zayas, por aquella piedra. Según se dice, la duquesa que vendió el diamante murió un par de días después, el intermediario quedó y el joyero cayó en desgracia. Pero el diamante ya estaba en Cuba.

Y con la construcción del Capitolio Nacional el ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, se interesó en la joya, que fue montada, con un hermoso engarce de ágata y platino antes de introducirla en un bloque de andesita, que según se dice es el granito más fuerte de todo el mundo, para luego recubrírsele en concreto y empotrarse en el piso del Salón.

 

Diamante Capitolio

 

En La Habana, el invaluable brillante no solo marcaba el punto inicial de la carretera sino que dividiría en dos el lujoso edificio republicano, una suerte de galería techada e inspirada en la Basílica de San Pedro, en Roma. El ala izquierda correspondería al Senado; la derecha, a la Cámara de Representantes. Pronto se convirtió en una de las grandes atracciones turísticas de la capital. En catálogos de agencias de viaje norteamericanas se atribuían poderes mágicos a la joya, que, decían, curaba a los enfermos e irradiaba buena suerte.

Si bien al diamante le serviría de tapa un cristal tallado, tan grueso que se estimaba que era irrompible, pero que sin embargo en 30 minutos, dejó que unos ladrones accedieran a la joya pues el 25 de marzo de 1946 sería impunemente robado. La prensa mundial se hizo eco de aquel escándalo nacional, y de la nota que habían dejado los ladrones indicando con lápiz: “2:45 a 3:15 – 25 kilates”, indicando el tiempo que tardaron en levarse la piedra.

Quince meses después, exactamente el 2 de junio de 1947, el brillante apareció misteriosamente en el despacho del presidente Ramón Grau San Martín ¿Quién lo robó? ¿Quién lo devolvió? Lo cierto es que hasta el día de hoy no existen respuestas convincentes para esas preguntas. El robo del brillante del Capitolio quedó sin esclarecer.

Pero mucho más misterioso sería su destino posterior, en el año 1973 se sustituyó el brillante por una fina réplica, explicando que se sustituía por “elementales cuestiones de seguridad” y presumiblemente se le colocó en una Bóveda del Banco Central de Cuba.

Desde ese instante, nadie más le ha vuelto a ver, y nunca se ha permitido a ningún periodista o investigador de la historia cubana tener una prueba gráfica de la real existencia de la “gema maldita”.

De la misma manera que los romanos medían sus distancias a partir del Capitolio, y luego en los EE.UU. el sistema vial del Este arrancó con su kilómetro cero en la aguja del Capitolio de Washington, Cuba hizo algo similar y marcó el kilómetro cero de su Carretera Central con el brillante de marras.

Imágenes: Cubaconecta