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El Hotel Nacional de Cuba: un símbolo de La Habana

Ubicado en el saliente costero de Punta Brava, en la loma de Taganana casi al extremo de la caleta de San Lázaro, sitio habitual de desembarcos de piratas, se alza el Hotel Nacional de Cuba desde el 30 de diciembre de 1930, como el más importante del Gran Caribe.

La colina que le recibe fue hospedera a mediados del siglo XIX de la famosa batería de Santa Clara. El cañón “Ordóñez”, uno de los más grandes de la época, aún descansa en los jardines del hotel. Asimismo, en el morillo de Punta Brava, el regidor Don Luis Aguiar hostigó a los británicos durante el sitio y asalto a La Habana. En homenaje, su apellido da nombre al restaurante más famoso y lujoso del hotel.

Las firmas americanas Mc Kim, Mead & White y la Purdy Henderson Co, encargadas de los planos y la ejecución, concluyeron la majestuosa casona en dos años.

Atrapan la atención del visitante las galerías de los jardines que recuerdan los claustros monásticos de arcadas hispano-morunas, la planta principal semejante a tres naves paralelas de una iglesia del medioevo, o las simuladas vigas del techo que rememoran un viejo monasterio catalán con reminiscencias árabes.

Su arquitectura ecléctica matizada por el Art Deco o lo neoclásico y neocolonial de sus diseños, la adición del elegante Apartamento de la República con entrada directa y la necesaria privacidad para un invitado del Estado cubano, y la acogedora Suite Presidencial explican la visita de personalidades del arte, la literatura, la política, el comercio, la ciencia y los negocios, época tras época.

Entre sus primeros visitantes ilustres se destacan personalidades del arte y la literatura como Johnny Weissmuller, Buster Keaton, José Mujica, Jorge Negrete, Agustín Lara, Tyrone Power, Rómulo Gallegos, Errol Flyn, Marlon Brando y el afamado Ernest Hemingway, quien donó al bar “Sirena” un ejemplar de castero. Además, célebres representantes de la mafia italo-norteamericana como Santos Traficante, Meyer Lansky, Lucky Luciano y Frank Costello.

Enriquecen su tradición de anfitrión de lujo personalidades de la política y la ciencia, como Winston Churchill, los duques de Windsor, el científico Alexander Flemming, incontables Jefes de Estado iberoamericanos y monarcas europeos.

A finales de la década de los años cincuenta el Hotel fue remozado respetando los planos originales, añadiéndole cuanto confort le tornase competitivo.

El protagonismo del Hotel Nacional se prolonga en el tiempo, para recibir hombres de negocio y noble gente anónima del mundo, hasta constituirse en sede de importantes eventos internacionales y seguir siendo el “castillo encantado” del que hablo Carpentier, tan deslumbrante cual apareciera la noche de su inauguración.

Hotel Nacional