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Torreón de Cojímar, maravilla fortificada del este de La Habana

Por obra y gracia de la costumbre en ocasiones los cubanos dejamos de valorar muchas de las bellezas que nos distinguen. Tan acostumbrados como estamos a habitar una ciudad tan esplendorosa como La Habana, muchas veces dejamos de percibir esas maravillas que acompañan nuestro bregar diario.

Un ejemplo certero de esa realidad es el torreón o fuerte de Cojímar, situado en esa localidad de la costa capitalina, y que muchos no justiprecian por sus valores históricos y encantos arquitectónicos.

En cambio, cada vez son más los turistas extranjeros los que se interesan por descubrir la magia que se esconde tras el umbral de sus piedras. Los ojos asombrados del caminante la mayor parte de las veces vinculan el sitio no con una antigua fortaleza española.

Y es que el Torreón de Cojímar ha quedado disminuido u opacado por otros encantos del lugar. Muchos lo vinculan gratuitamente con el Nobel norteamericano Ernest Hemingway, quien, inspirado en el pueblo y su gente, escribió El Viejo y el Mar.

Otros sencillamente notan la añosa existencia de sus rocas, durante las agitadas jornadas del festival internacional de la pesca de la aguja que hizo famosa a la localidad, y que aglutina a miles cada verano.

La historia de este coloso colonial recoge que fue el gobernador Pedro Valdés quien propuso la construcción del torreón a inicios del siglo XVII, y posteriormente otros gobernadores reiteraron la necesidad de erigirlo.

Ya para el año 1633, luego de la visita de una comisión a la que la Junta de Guerra del Consejo de Indias le encomendó dictaminar sobre el asunto, fue orientada su cimentación con carácter urgente por real cédula del 30 de enero de 1635, para lo que México daría los fondos necesarios.

No obstante, aún así nada se haría hasta el mandato de Álvaro de Luna, quien temiendo un inminente ataque de piratas holandeses y portugueses, se adelantó a construirlo con el financiamiento de los vecinos, ya que México no acababa de remitir los fondos necesarios para levantar el fortín.

Para acometer esas obras las obras, Luna mandó contrataría al ingeniero militar Juan Bautista Antonelli, hijo, quien entendió la premura de la necesidad del fortín, y no tardó en acometer la honrosa empresa.

Los capitalinos de entonces estaban expectantes e inquietos, y se preguntaban cómo sería al final aquella aparatosa fortaleza, hasta que la obra militar fue tomando forma gracias al ingenio de Antonelli y quedaría terminada el 15 de julio de 1649 para fortuna de todos los capitalinos.

Fue muy ventajosa su base cuadrada, con ochenta pies de largo y cuarenta de altura. Lucía cinco cañones a una altura de 20 pies y otros seis en la cubierta, toda vez que se le adhirió una escalera unida a la torre por un puente levadizo.

Igualmente se le integró un sistema de aljibes, almacenes y barracas para alojar hasta 60 soldados en caso de una agresión. Su función era bien clara, pues constituía una fuente de protección para los habaneros, permitiendo que anduvieran confiados por las calles, sin el acecho de malhechores o piratas que invadieran la ciudad por vía marítima en busca de riquezas.

Junto a su gemelo el Torreón de la Chorrera, fueron declarados Patrimonio histórico nacional de la Humanidad por la UNESCO en 1976 integrandose a los tesoros patrimoniales que ya comprendía el sistema de fortificaciones de La Habana.

Socioculturalmente desempeña un rol muy importante pues en torno suyo creció el pueblo de Cojímar, el más antiguo asentamiento poblacional del territorio del municipio Habana del Este.